Escrito por Erick Dorrejo
El crecimiento poblacional de la zona metropolitana del Gran Santo
Domingo y la concentración de actividades en el territorio del Distrito
Nacional acarrea consigo el surgimiento de una serie de afectaciones a la
dinámica urbana que requieren de estrategias efectivas para garantizar mejores
niveles de habitabilidad básica. Uno de los principales problemas identificados
es el desorden existente en el sistema de tránsito, caracterizado por la
ausencia de un sistema de transporte colectivo, la multiplicación de los
entaponamientos, el incremento en los niveles de contaminación y el disgusto
frecuente de conductores y peatones.
Ante esta
problemática lo usual ha sido aumentar la cantidad de kilómetros de vías
disponibles para que el tránsito motorizado pueda desplazarse a lo interno de
la ciudad, fomentando la construcción de elevados, viaductos o ampliaciones de
vía. En algunos casos estas nuevas intervenciones son posibles luego de
sustituir espacios verdes consolidados por materiales impermeables, contribuyendo
en el deterioro de la ciudad y esfumando la posibilidad de que los residentes
disfruten de un hábitat saludable.
Este es
el caso que se presenta en el perímetro del Jardín Botánico, el cual está
siendo sometido a la reducción de la acera oeste con el fin de incrementar la
cantidad de carriles para “solucionar” el caos en el tránsito que se desplaza
por las inmediaciones del importante pulmón urbano. Aunque las nuevas
infraestructuras viales son insertadas en la dinámica urbana con el fin de que
se puedan desplazar la mayor cantidad de vehículos en el menor espacio de
tiempo posible, las consecuencias de estas intervenciones producen una necrosis
en el sistema metropolitano que impacta directamente en la calidad de vida de
sus residentes.
La
eliminación de las amplias aceras que rodean el Jardín Botánico suplían la
posibilidad de que los ancianos, hombres, mujeres, jóvenes, niños,
discapacitados, pobres y ricos de esta gran metrópolis puedan caminar, correr o
montar bicicletas, en una ciudad donde son cada vez más escasos los espacios
disponibles para realizar estas actividades. La sustitución de suelo verde, por
capas asfálticas impermeables, desvanece las posibilidades de extender el
porcentaje de superficie arborizada, eximiendo a la ciudad de aire fresco,
sombra, zonas de esparcimiento y un elemento que contribuye en la disminución
de gases contaminantes emanadas por los vehículos de motor.
El
paisaje desolador del entorno afectado se materializa con la desaparición del
verde tanto en el suelo como en las fachadas que embellecían el perímetro
protegido del Jardín Botánico, calentando considerablemente esta franja y
alejando las posibilidades de recorrerlo a pie.
Cuando se
analiza la funcionalidad de este tipo de intervenciones en la cual se aumenta
la capacidad de una infraestructura vial existente, estudios han demostrado que
en la medida que las ciudades habilitan más kilómetros de vía para “solucionar”
el tema de los entaponamientos, un mayor número de unidades vehiculares se
desplazaría en el corto y mediano plazo por la nueva intervención, saturando la
nueva capacidad habilitada.
Esto se
debe a que el deterioro en el sistema de movilidad urbana de toda la ciudad
impulsa a los conductores a buscar de forma desesperante cualquier “callecita”
o callejón que aún no haya sido descubierto por la población en general para
hacer de este camino su avenida ideal; hasta que otra persona tenga la misma
idea y en poco tiempo una gran cantidad de conductores desesperados se unirán
al recorrido desconocido en el pasado, pero muy conocido al momento de ser
inaugurado.
Aún
estamos a tiempo de rescatar el perímetro afectado de nuestro Jardín Botánico,
mantener los framboyanes primaverales que adornan su entorno y devolver a la
gente su ciudad; esto será efectivo si apostamos por implementar un sistema de
transporte colectivo eficiente y descontinuamos la práctica de impulsar
soluciones sectoriales a problemas transversales.
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